Hace unos días, como cada mañana desde que se inició el desconfinamiento y puedo salir a hacer deporte de 6 a 10 horas, fui a caminar a la montaña, me introduje en el bosque por un camino que ya había hecho otras veces, que conozco. De repente en medio del bosque y en el estrecho sendero me encontré con una serpiente atravesada en medio del camino, inmóvil. Me dio un susto enorme y noté cómo se activaba en mí el sistema del miedo, me detuve en seco, mi respiración se aceleró y no podía sacar los ojos de la serpiente, la amenaza.
Para comprobar si estaba viva o muerta le arrojé un par de piñas pequeñas pero seguía sin moverse, comprobé que no tenía heridas y deduje que podía estar viva. Sé que en los reptiles se activa el estado de “congelamiento” frente a posibles amenazas, se quedan paralizados como si estuvieran muertos y de ese modo los depredadores dejan de perseguirlos o de prestarles atención. Por ese motivo no confié en que la serpiente estuviera muerta, aún nerviosa decidí cruzar por detrás de ella pisando en los matorrales, en el momento que di el primer paso la serpiente se movió con lo cual se activó en mí el sistema de huída, el cortisol y la adrenalina hicieron su trabajo en mi cuerpo, y literalmente volé por encima del animal, di cuatro o cincos grandes zancadas y en pocos segundos me encontraba a una buena distancia de la amenaza. Luego me di cuenta que había seguido el camino cuesta arriba casi sin percatarme. Mi corazón latía rápido, mi pulso estaba muy acelerado, y tenía la respiración agitada.
Cuando se activa el sistema de lucha-huída la sangre corre con mayor velocidad hacia las extremidades, para poder escapar (como en mi caso) o atacar-defenderse. La activación del sistema límbico genera que el organismo se ponga en alerta como modo de adaptarse a la situación, las pupilas se dilatan para ver de dónde proviene la amenaza, el oído se afina y se detienen funciones que no son necesarias en ese momento para salvar la vida, como por ejemplo la digestión.
Proseguí con la marcha pero en un claro estado de alerta, sin perder de vista el sendero y atenta a los sonidos del entorno, unos metros más adelante me encontré con una salamandra de colores negro y amarillo, ésta no me asustó tanto como la serpiente, pero detecté en ella el mismo comportamiento de parálisis que me hizo dudar sobre si estaba viva o muerta. Como no sé si estos animales son o no venenosos me mantuve a la distancia con esa prudencia que genera el miedo, como decía un amigo mío “el miedo no es tonto”.
Está claro que en las situaciones en que existe una amenaza real, el miedo nos ayuda a salvar la vida, es necesario para tomar las medidas oportunas en ese momento. Pero ¿qué pasa cuando la amenaza no es tan física, sino que es fruto de nuestro pensamiento? ¿Cuando en lugar de una serpiente se trata de no poder pagar la hipoteca?, o ¿de tener que presentar un trabajo en la oficina y no tener el tiempo suficiente? O ¿de ver que no llegamos a tiempo para buscar los niños a la escuela?
¿Sabías que en esos casos también se activa el sistema de lucha-huída? Pero con el agravante de que no hay a quién atacar, o no se puede huír, poque no sería adaptativo salir corriendo de la oficina, o dejar el coche en medio del atasco por ejemplo. Pero nuestro sistema se activa igual, y la sangre corre por el torrente sanguíneo hacia las extremidades, y estamos en alerta, nos agitamos, sentimos miedo, temblamos y llegamos al extremo de no poder respirar, la desregulación es máxima, en ese estado nuestra capacidad de razonar disminuye, y podemos cometer errores.
En mi caso seguí caminando hasta que salí del sendero, me encontré con un camino amplio en el que no había estado nunca, todo a mi alrededor eran montañas y bosques, no veía nada conocido… me había perdido. En ese instante pensé que quedaban pocos minutos para que finalizara la franja horaria permitida para hacer deporte, ¿y si al llegar al pueblo me cruzaba con un agente de policía? éste podía multarme por haberme excedido de la hora, pero decidí solucionar esa situación cuando llegara el momento, si llegaba. Me centré en el presente, tenía que encontrar la ruta de regreso, así que acudí al navegador del teléfono móvil que rápidamente me indicó el camino y tiempo necesarios hasta un punto conocido.
Lo que me sucedió tiene una explicación, mi estado de alerta sostenido durante un rato provocó que mi atención estuviera puesta en la percepción de posibles amenazas y no en seguir el camino correcto. Cuando mantenemos el estado de alerta durante mucho tiempo ese miedo deja de ser adaptativo, es decir que deja de ser una ayuda para nosotros, y se convierte en un problema. En este estado sostenido podemos cometer más errores, olvidamos cosas importantes y nuestra capacidad de reflexión disminuye.
Si estás en el trabajo y ves que el tiempo se te echa encima, y que no puedes acabar con lo que estás haciendo, es muy posible que te pongas nervioso/a, pero si además empiezas a adelantar acontecimientos como que tu jefe se enfadará, que te despedirán y no tendrás medios para subsistir, entonces seguramente se encenderá el estado de alerta, lucha-huida, y la amenaza imaginaria hará las veces de serpiente para ti.
¿Qué podemos hacer entonces en una situación como esta? Ante todo intentar volver a un estado de regulación emocional, eso es volver a la calma, “apagar” el sistema de alerta, concentrarte en la respiración te puede ayudar mucho, pero también volver al momento presente, el agente no está aquí, y tu jefe no te ha despedido. Pensar que es ahora cuando puedes solucionar el asunto, pero tienes que mantener la calma para recuperar la capacidad de reflexión.
En esta situación el navegador me ayudó a encontrar el camino, pero una vez calmada me di cuenta que podría haber vuelto por mi cuenta, guiándome por el recorrido del riachuelo, y por los cables eléctricos que atraviesan la montaña, como hago habitualmente. Seguro que tú también tienes recursos para salir de esa situación difícil, necesitas volver a calmarte y los encontrarás.
Creo que entender estos mecanismos nos puede ayudar a saber qué nos pasa, identificar las emociones y sensaciones es esencial para aprender a gestionarlas, saber qué y cuándo se dispara la ansiedad por ejemplo puede servir para trabajar en la causa, recordar qué nos ayudó a calmarnos en otros momentos también puede ser beneficioso, y si en este momento nada de eso es útil, siempre se puede buscar una ayuda externa.
Laura López Galarza
Psicóloga Sanitaria