Siguiendo con los roles que se juegan en el triángulo dramático: Perseguidor[1], Salvador y Víctima, describiré aquí el rol de perseguidor o verdugo.
En estos juegos psicológicos, que se ejercen de manera inconsciente, los jugadores tienen unos propósitos encubiertos y esperan obtener beneficios, como por ejemplo contactos o transacciones positivos. Es decir que son intentos equivocados de obtener cariño porque en muchas ocasiones se consigue todo lo contrario, es decir interacciones o ‘caricias’ negativas.
El juego del perseguidor es el “ahora te tengo” o “te pillé”.
Quien juega este rol, lo hace movido por su agresividad interna, y como antepone sus propias necesidades a las de los demás, pone a los otros en situaciones complicadas o de sufrimiento.
La creencia limitante del perseguidor es: “Yo soy el que sabe y el otro tiene que hacerme caso”.
Este perfil tiene unas características específicas, se trata de personas con una actitud crítica, acusadora, agresiva y que maltrata a los otros; perciben a los demás como inferiores; son proclives a ejercer el control y por tanto persiguen; necesitan ser temidos; no se muestran vulnerables ya que les interesa proyectar una imagen de perfección; desean que los otros hagan lo que ellos quieren y manipulan haciendo sentir temor para conseguirlo; hacen que las reglas se cumplan de manera rígida.
Hay tres clases de perseguidores:
Activos: pasan por encima de los otros con tal de satisfacer sus necesidades.
Vengativos: desean castigar a los otros para tener la sensación de haber ganado, de triunfo.
Pasivos: persiguen por defecto, con su comportamiento irresponsable de no cumplir con sus obligaciones o hacer lo que les corresponde, consiguen generar ansiedad o preocupación en los demás ya que los ponen en situaciones problemáticas.
¿Reconoces alguna de estas figuras?
Quizá te resulte más fácil identificar al perseguidor activo, un buen ejemplo de este tipo lo encontramos en el personaje de LaVona, madre de la protagonista en la película “Yo, Tonya”.
Esta cinta, basada en hechos reales, relata la historia de la patinadora olímpica Tonya Harding que desde niña padece diferentes tipos de malos tratos por parte de su madre, una perseguidora activa que busca satisfacer sus propios deseos y motivaciones a través de la carrera profesional de su hija.
Vemos en LaVona a una persona dominante, controladora y exigente que se impone a base de generar miedo en su hija, verbalmente crítica y agresiva, de trato devaluador y que es capaz de ejercer malos tratos físicos y verbales con tal de obtener lo que quiere, ya sea respeto, obediencia o ver satisfechos sus deseos narcisistas a través del éxito deportivo de su hija.
Tonya ocupa el rol de víctima en la dinámica con su madre, pero se convierte en perseguidora de otras personas como sus compañeras, su entrenadora, etc. Luego se relaciona afectivamente con un hombre que, desempeñando el rol de salvador, la ayuda a salir de la relación con su madre, pero como también la maltrata física y verbalmente, se convierte en perseguidor activo de Tonya volviendo a situarla en el rol de víctima y haciendo girar el carrusel.
El cine, la literatura y la vida real están llenos de perseguidores activos, y al tratarse de una figura tan clara es fácil de identificar; también resulta sencillo reconocer a la clase de perseguidor vengativo que obtiene placer castigando a otros; pero… ¿qué hay de los perseguidores pasivos?
Hace un tiempo me consultó Margarita, una mujer de mediana edad, que trabajaba como profesora, estaba divorciada y tenía un hijo adolescente, Pablo. Trajo a su hijo a terapia porque éste presentaba síntomas de ansiedad, se enfadaba mucho con su madre y constantemente le hacía recriminaciones.
Pablo relataba que su madre era muy dejada, no limpiaba la casa, no deseaba cocinar y entonces él se hacía cargo de estas tareas domésticas, como también de hacer la compra y arreglar los desperfectos que pudieran surgir en la casa.
Para Pablo su ansiedad y furia se disparaban cuando aparecían problemas derivados de la negligencia de su madre, comentaba que les cortaron el suministro de gas porque ella olvidó pagar las facturas y tampoco atendió a las reclamaciones; o que se les cayeron los azulejos del baño debido a unas humedades antiguas que no fueron arregladas porque su madre simplemente dejó pasar, por no querer afrontar la situación.
Los síntomas de Pablo estaban relacionados con todas aquellas situaciones que le afectaban debido a la inacción de su madre y que escapaban a su área de control, convirtiéndolo de este modo en una víctima de una perseguidora pasiva.
Laura López Galarza
Psicóloga Colegiada 17148
Bibliografía
Berne, E. “Juegos en que participamos, la psicología de les relaciones”. RBA libros, 2007.
Camino V, LL. El triángulo dramático de S. Karpman, aplicaciones prácticas. Barcelona, 1998.
Steiner, C. “La educación emocional, una propuesta para orientar las emociones personales”. Javier Bergara Editor, Buenos Aires, 1998.
[1] De ahora en adelante utilizaré el masculino genérico.